Esta es la segunda entrega de poemas para enfrentar un animal o entregarse a la caricia de su lengua. El fotograma, un ojo despierto, ingenuo y expectante, pertenece a la película documental de Franco Piavoli de 1981, Il pianeta azzuro.
Rejas / Marcos Silber
Clama el león por su leona mamá;
ruge con partitura en clave de selva;
desgarra el aire de aquí, le parte la cabeza
al sopor de la tarde. Y los chicos,
los chicos lloran un coro mudo
alzado contra la desazón del felinito.
En la lejana cercanía
la historia se sucede sin mayores sobresaltos.
El estado del tiempo obedece a los anuncios;
la noticia policial apunta la paliza
que otro macho encabritado repitió.
La peluquería del rengo promociona
“descuentos para viudas”,
y todo indica que tampoco hoy
habría recolección de residuos.
El trueno doliente del rugidor,
extraño, desconocido, atraviesa el día
y nada se asombra nadie se inquieta.
Apenas una que otra sombra retrocede.
En la cercana lejanía, entre verdes
más feroces que la ferocidad,
el rugido de la saqueada mamá leona
desgarra el aire de allá
con partitura en clave de selva
que le parte la cabeza al sopor de la tarde
cuando clama por hijito león.
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Orangután II / Teresa Arijón
Húmeda de lluvias incesantes, la piel del gran simio
espera la sequía. Desde muy alto, el durián áspero cae
anunciando otra tormenta. El corazón del fruto iguala
la luz enrarecida de la tarde. Pulpa que se deshace
en la boca del mono. Todo lo que en él es natural
no es natural en mí, que paso y peso en este aire
como un leño, como un tronco hendido por el rayo,
con todo lo que de ausencia y de vacío llevo escrito.
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El lenguado / José Watanabe
Soy
lo gris contra lo gris. Mi vida
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado. He perdido la simetría
de los animales bellos, mis ojos
y mis narices
han virado hacia un mismo lado del rostro. Soy
un pequeño monstruo invisible
tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.
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Una vaca / Juan Carlos Moisés
Una vaca muge detrás de la casa
cerca de los árboles.
Cierro los ojos.
Me basta con oír
a esa vaca que intenta decir
lo suyo.
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La pantera / Susana Villalba
Matar al animal
requiere un animal
sin sombra.
Vas caminando por un monte
o te parece, no sabés dónde estás;
creés que lo sabías
cuando llegaste.
Ese negro
bien puede ser una pantera
o mujer,
no te das cuenta.
La mirada salvaje te gusta,
no, te calienta.
No, te mira
como quien no comprende
dónde está.
Ya estás perdida,
tendrías que llevarla a tu casa
pero sabés cómo termina:
un animal herido
siempre ataca.
Tendrías que matarla,
ahora,
antes de que sea tarde
o por piedad.
Pero esa mirada es una trampa,
si es pantera
sabe matar mejor
que vos.
Nadie sabe tu nombre
aquí
y ahora él
o mujer te da la espalda.
Pensás en un Remington
liviano
de distancia corta.
Pero nadie escucharía,
Red Hot los distrae,
a vos también.
Y no se mata por la espalda,
lo viste en las películas
o creés en eso.
Matar
es otra cosa.
Ahora te mira y ya sabés,
vas a llevarla a tu casa.
Está tocado por la gracia,
está a la vista
o vos lo ves, no estás segura,
o tiene algo
que creés comprender.
Y sin embargo
sabés cómo termina:
no sabés cómo
te hirió si te quería.
No querés acercarte,
te mira como miran los gatos
cerrando los ojos.
Es un hombre
por la manera de fumar,
se apoya en la barra
frente a vos,
los dos están perdidos.
Pensás en el Remington,
nunca tuviste uno.
Matar es otra cosa.
Nadie parece comprenderlo,
el negro tampoco pero ve
que tenés un cigarrillo
en la mano
y otro ardiendo
en el cenicero;
se acerca y lo fuma.
Estás perdida,
creés saber cómo termina
y volvés a equivocarte,
apaga el cigarrillo
y se va.
Ahora nadie
se parece a tu deseo.
Y es que no se parecía.
Una pantera perdida
en su memoria
o forma de mirar
o lo que fuera
que no vas a saber.
Tomás un taxi pensando
demasiada belleza no es el móvil,
es la coartada.
Para matar a una pantera
hay que cerrar los ojos.
**
Hornero / Damián Lamanna Guiñazú
desde una copa
el hornero
inventa su mundo
a base de barro y agua
sin querer volverse un dios
Selección y comentarios por Melisa Papillo
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