Un entramado invisible en la fauna poética. Poemas para enfrentar un animal o entregarse a la caricia de su lengua.
Las ratas, de Héctor Viel Temperley
Nunca antes
pensé en las ratas. Eran
las grises, melancólicas
nadas de larga cola
que subían
a un horizonte ajeno.
Las miraba
marchar, sin importarme,
por los altos
horizontes de otros.
Pero ahora
las ratas no son nadas,
son el peso
que sobra en la memoria,
que chilla cada vez
que abro las puertas
del Día.
Sé que están
en este barco
interior, confundidas
con la Gracia,
atropellándola
cuando ella sale
a ver el mar,
a hablar con los marinos.
Ahora sé por qué
algunos días
son más grises
y hay más frío de un lado
del corazón a veces.
Las tenía
siempre conmigo
pero no sabían
que iba a despertar
esta mañana
pensando en ellas,
recordando quejas,
reproches que me hacía,
equivocado.
Desde hace un rato
van por mi memoria
como esperando
que se mueva el viento.
Y sus colas escriben: Todavía
hay fuego en las cucharas
de los cielos.
Borneo, de Claudia Masin
Los peces que habitan los lagos subterráneos
de las cavernas, hace ya generaciones
han quedado ciegos. La completa oscuridad
hizo que sus ojos se volvieran membranas
cerradas que no pueden distinguir luces o sombras.
Sí presencias: cuentan que esos peces,
cuando advierten unos ojos humanos
mirándolos al auxilio de la luz artificial
de las linternas, mueren. Las cámaras
han captado su agonía paso a paso, un dolor ciego
nadando en las cavernas como un pez
que hace siglos perdiera el poder o el deseo
de la luz. Los subtítulos debieran decir:
“la transparencia ajena es siempre secreta.”
Con el hámster, de Jorge Aulicino
Es el mismo tiempo virtual el mío
y el del hámster.
Roe, huele, se yergue.
Yo camino, fumo.
Una metáfora perfecta, el hámster. Diría:
celdas habitadas por ardillas
su casa y la mía.
Pero cómo no pensar en la “verdadera vida” del hámster,
su corazón, un sistema nervioso
más pequeño y quizá mejor, perfecto,
infalible su respuesta a los instintos,
su mundo que comienza en las agujas de las uñas
con figuras diversas, con otros puntos de densidad,
otras galaxias.
Rompe la metáfora esa vida encerrada.
Roe, huele, se yergue.
Soy tal vez un paisaje que se mueve
en el extremo veloz de una mirada.
Con la más negra de las tintas, de Mary Oliver (Traducción de Natalia Leiderman y Patricio Foglia)
De noche
la pantera
que es rápida
y esbelta
es tan solo
un par de ojos
y cuando bosteza
por un instante
una larga lengua rosada.
Casi siempre
está atenta
mientras camina
sobre las almohaditas
de sus patas
como en
una alfombra
persa
o mientras salta
entre las ramas
de un árbol
o mientras nada
para cruzar el río
o simplemente
se detiene en la hierba
y espera.
Porque, Señor,
tú le has dado
por tus propias razones
todo lo que ella necesita:
hojas, alimento, refugio;
una consciencia
que nunca parpadea.
Ese perro que corre en la terraza, de Alejandro Schmidt
ese perro que corre en la terraza
es la belleza
los vecinos se quejan
ladra, ladra mucho dicen
al dueño no le importa
no tengo hijos, piensa,
no tengo nada en la vida
muchas veces olvida dejarle agua
el perro
estira su cabeza entre las rejas
va lamiendo la luz de los faros
no hay estrellas ni amantes
en esa esquina
cerca del campo electromagnético
el perro está desnudo
espera
gruñe a todo lo que interrumpa
su miserable concentración de orejas
nunca tuve premios
se repite
su amo
subiendo la escalera
mosaicos ajedrezados
una lata vacía de dulce de batata
y la belleza
que tiembla
tiene sed.
Mensaje, de Jimena Arnolfi
Después del vendaval,
veo los pájaros caídos,
pequeños cuerpos estrellados
sobre la tierra mojada.
Repito como mantra
las palabras de mi padre:
Hay que lucharla, pichón.
Calamar 3, de Choi Seung-Ho (Traducción de Kim Un-kyung)
Esa pareja de calamares
abrazados diciéndose que se aman
mantienen la costumbre de estrangularse mutuamente.
Selección de poemas realizada por Melisa Papillo.
Imagen: Fotograma de la mini serie documental La Tierra de noche.
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